dilluns, 8 de març del 2010

El Antiatlas

Muy a nuestro pesar, abandonamos el desierto, y es que con tanto té se nos echaba el tiempo encima y teníamos que devolver el coche. El Antiatlas es una zona fértil y verde, adornada con almendros, campos de flores de azafrán y arganes. Un paisaje que contrasta completamente con el valle del Draa, justo al lado. Ya llevábamos retraso, y encima nos encontramos así:


Y es que, como ya nos habían advertido en Mhamid, hacía 25 años que por muchos de estos ríos no corría el agua, y este invierno las consecuencias de las enormes lluvias han sido algo desastrosas. Así que tuvimos que dar la vuelta y hacer noche en Taroudant. Y claro, más retraso aún. Taroundant no es muy atractivo, excepto por los antiguos muros de la medina y los restos de la kasba.


Y por fin llegamos a Tafraut, previa llamada al dueño del coche para ampliar el plazo de alquiler. Esta localidad, pequeña y tranquila, metida en un valle montañoso y verde de rocas rojizas, es el punto de partida para admirar los increíbles paisajes del Antiatlas y las formaciones rocosas.



Como ya hemos aprendido que la prisa mata, en vez de tirar hacia el norte, dirección Marrakesh, nos aventuramos por pistas de arena y caminos de piedras para llegar al Oasis de Afella-Ighir. Y qué Oasis!!! Menuda maravilla. A lo largo de varios kilómetros se sucede un infinito palmeral que bordea el río, dónde los agricultores de la zona recogen los dátiles y plantan olivos. Por muchas fotos que hiciésemos, ninguna consigue plasmar la belleza del lugar.
No deben ver muchos turistas por la zona, otro lugar donde el tiempo se ha parado y donde uno quiere quedarse varios días. Además, nos dedicamos a recoger a todos los ancianos y mujeres que volvían a su casa del zoco de alguna aldea o de recolectar sus hierbas, bereberes que no hablan francés, y algunos ni siquiera árabe, pero te dan conversación de cualquier manera, y te lo agradecen de corazón regalándote algunas flores o hierbas aromáticas que llevan en sus pesados fardos.


dilluns, 1 de març del 2010

La carretera de Tizi n'Tichka y el valle del Draa
"La prisa mata"

Decidimos alquilar un coche en Marrakesh para poder recorrer el sur con tranquilidad y poder pararnos donde nos apeteciera. La carretera atraviesa la cordillera del Atlas a través de un paisaje precioso: campos verdes llenos de almendros en flor, con las montañas de fondo nevadas. Una vez en el paso de montaña, el paisaje cambia repentinamente: al otro lado del Atlas aparecen las primeras colinas de piedras desérticas formando una apariencia lunar. En la carretera, miles de bereberes nos abordan para vendernos algo, aunque siempre hay alguno que solamente quiere charlar, mostrarte sus tradiciones, y hacerse una foto contigo a cambio de alguna baratija de las que vende.

A partir de aquí, las pequeñas aldeas se suceden y parece que el tiempo se hubiera parado hace ya mucho. Algunas aldeas conservan sus ksbas, fortificaciones de tribus bereberes hechas de adobe: destacables son las de Telouet y Ait-Benhaddou, donde se han rodado muchas películas como Gladiator, Lawrence de Arabia, La Momia...

La piel de los bereberes se va oscureciendo cada vez más y poco a poco se entra en un territorio más típico del África negra que de Marruecos.

Zagora es el punto de partida para bajar al valle del Draa, ya desértico pero con un oasis y palmeral interminable al borde del río Draa hasta Mhamid, el último pueblo accesible por carretera y conocido como la puerta del Sáhara. Desde este punto, las dunas van aumentando hasta tapar el horizonte con un manto de arena.
Pero no todo acaba aquí, si bien uno puede agobiarse en Zagora por los miles de guías que quieren venderte un safari en camello, se debe tener paciencia; nuestra recompensa por ello fue la gran acogida que tuvimos por los bereberes y saharawis del cámping donde nos alojamos (tiene pequeñas habitaciones tradicionales y tiendas bereberes). Cuando, después de cenar, volvíamos abrumados por la idea de tener que escuchar el mismo rollo del camello y el desierto, nos encontramos con infinitas tazas de té, vino, y música bereber tradicional en directo: empezamos a descubrir la verdadera esencia de estos dos pueblos nómadas. Y después de una velada tan agradable, faltaría más desayunar solos como simples huéspedes, sin conpañía, ni infinitas tazas de té, ni cantos bereberes que "la prisa mata, amigo".


Caminando por las dunas desérticas aparece un saharawi, uno de los pocos que todavía realiza caravanas de camellos hasta Tumbuctú con su familia, que por supuesto nos invita al té para charlar un rato: -No tenemos tiempo para quedarnos a dormir en tu tienda, de verdad. El año que viene. -Inshallah, el año que viene nos vemos pero sentaos otra vez y bebed más té que la prisa mata.

Ya para acabar nuestra pequeña expedición por los pueblos del Presáhara, recogimos a dos autoestopistas de Rabat, estudiantes sin un duro de lo más encantadores. En este caso, nosotros invitábamos al té en los cafés de la carretera, pero ellos nos lo agradecieron presentándonos a Ismail, dueño de un cámping algo sórdido pero acogedor en Agdz, que había alimentado y acunado a nuestros autoestpoistas en su viaje de ida a cambio de nada y les había invitado a pasar por ahí a su regreso: -Salam, bienvenue to my place, dice su amigo y ayudante Mohamed, y nos trae té, y más té, y nos prepara la cena, y la guitarra, y todos cantamos y tocamos palmas al ritmo de canciones saharawis. -Stay one more day, we show you great places and tonight we sing a lot. -No podemos, Ismail, tenemos que irnos ya. -En ese caso venid a desayunar a mi casa que la prisa mata. Y cuando volvemos del desayuno Mohamed nos ha preparado más té y tiene la guitarra preparada. Y es que así no hay quién consiga recorrer el país, pero así se aprende a amarlo.