Muy a nuestro pesar, abandonamos el desierto, y es que con tanto té se nos echaba el tiempo encima y teníamos que devolver el coche. El Antiatlas es una zona fértil y verde, adornada con almendros, campos de flores de azafrán y arganes. Un paisaje que contrasta completamente con el valle del Draa, justo al lado. Ya llevábamos retraso, y encima nos encontramos así:
Y es que, como ya nos habían advertido en Mhamid, hacía 25 años que por muchos de estos ríos no corría el agua, y este invierno las consecuencias de las enormes lluvias han sido algo desastrosas. Así que tuvimos que dar la vuelta y hacer noche en Taroudant. Y claro, más retraso aún. Taroundant no es muy atractivo, excepto por los antiguos muros de la medina y los restos de la kasba.
Y por fin llegamos a Tafraut, previa llamada al dueño del coche para ampliar el plazo de alquiler. Esta localidad, pequeña y tranquila, metida en un valle montañoso y verde de rocas rojizas, es el punto de partida para admirar los increíbles paisajes del Antiatlas y las formaciones rocosas.
Como ya hemos aprendido que la prisa mata, en vez de tirar hacia el norte, dirección Marrakesh, nos aventuramos por pistas de arena y caminos de piedras para llegar al Oasis de Afella-Ighir. Y qué Oasis!!! Menuda maravilla. A lo largo de varios kilómetros se sucede un infinito palmeral que bordea el río, dónde los agricultores de la zona recogen los dátiles y plantan olivos. Por muchas fotos que hiciésemos, ninguna consigue plasmar la belleza del lugar.
No deben ver muchos turistas por la zona, otro lugar donde el tiempo se ha parado y donde uno quiere quedarse varios días. Además, nos dedicamos a recoger a todos los ancianos y mujeres que volvían a su casa del zoco de alguna aldea o de recolectar sus hierbas, bereberes que no hablan francés, y algunos ni siquiera árabe, pero te dan conversación de cualquier manera, y te lo agradecen de corazón regalándote algunas flores o hierbas aromáticas que llevan en sus pesados fardos.